La inspiración
viene como el llanto, comienza en la piel. Me miras como algo nuevo, como algo único
y raro, con dudas sobre todo con dudas. Estamos de paso y sobre la piel dejamos
rastro, tu voz me toca, tus labios me tocan, tu aire me sopla, tu aliento amigo
me calienta o me calientan tus brazos.
Ese límite
perfecto donde te recuerdo, donde se sienten las texturas como las pieles de un
elefante, el motivo del Duhka que nos hemos tatuado cerca de los huesos para recordar
con flores nuestros golpes y lo importante en la pureza de nuestro cuerpo pintado
de resiliencia. Es ese el lugar donde termina el sufrimiento, cuando la voz no
es más que un tímido eco que vibra en el contorno y sobre todo es nuestro límite
cuando ya no hay llanto.
Cuando no
sale nada el límite nos dibuja, nos despinta y nos mancha con todas las formas
raras y abstractas del sufrimiento. Esa transparencia me reclama, pero quién
podría entender mejor sino nosotros los Dálmatas que nuestro cuerpo nunca puede
ser enteramente blanco, la estocada del tatuaje realmente