Increíble
es como la vida puede encajar en un
maletita oscura o blanca y de flores, llevas contigo de tiradera, unos diez a quince kilogramos que arrastras por el piso, estás diseñado
para levantarlos en caso de rugosidades. Caminas kilómetros con kilogramos y
¿piensas que es posible poseer más?. Lejos de tu piel no existe casi nada, la
ropa no la necesitaríamos si el pudor nos permite andar desnudos, al final del viaje
igual siempre terminamos desvestidos entre compañeros. El pudor en el viaje se
inventó a la final por culpa del frío y las telas ligeras por el calor
calcinante, los turbantes por el sol desértico en la coronilla y luego que
nosotros nos hayamos inventando un sentido.
Cuando voy
de viaje, casi siempre voy desnudo, ni si quiera un par de zapatos me salva de
mi transparencia, conduces tu karma y tu espíritu como un reflejo de lo único
que realmente existe, por eso es que esos pocos kilos no nos representan más
que para el cuidado, pertenencia temporal, volátil y extraviable.
A lo largo
del viaje y como respuesta al porta luz invisible que somos, funcionamos casi
como un imán, ligándonos a nuestra pertenencia universal, como una gran masa a
nuestros semejantes. De casi nada sirven las palabras, el idioma, las expresiones,
los gestos, pues, la lectura va más allá de nuestras interpretaciones gramaticales.
Al final
del viaje nos quedamos como en un instante eterno, sabiendo que vivimos y
viviremos por defecto en absolutamente todo lo que tocamos; conectados a esa
gran masa de semejantes inevitablemente atraídos
al reencuentro de nuestras partes más cercanas.
Yo soy tu
y soy todos y de nada me sirve pensar que yo soy yo. En esta representación
humana nos tenemos que encontrar nosotros en algún momento y en todas partes,
siempre, a pesar de que estamos enlazados. Yo me llevo algo de vos y tu tienes
partes de mí. Las conexiones se han hecho tan fuertes que hemos logrado
interpretar las vibraciones que nos comunican resumiéndolas en aparatos táctiles,
cruzando océanos con cables y con ondas invisibles que conectan a nuestras pantallas; que siempre han
existido, por eso no es absurdo que cuando nos pensemos con tal fuerza, al
momento o a la semana recibamos un mensaje de quien tuvimos en mente, tampoco es
extraño que cuando observas fijamente y con vivo interés a una persona en un
teatro o en un café, esta termine sintiéndose observada e incluso llegue a vernos.
En resumen
qué es el viaje sino una multiplicación de encuentros, de pensamientos y
manifestaciones, dentro de la necesidad de encontrarnos con el todo y con
nuestras partes más cercanas, con nuestros pendientes corresponsales y nuestras deudas humanas. Nos sirve para
reconocer y darnos cuenta, que siempre seremos parte inherente del todo.
CRISTIAN CRUZ S.
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